lunes, 28 de octubre de 2013

Los dos colegios

La miraba de reojo a Miriam, que no cambiaba su aparente indiferencia cuando los papelitos azules y blancos salían de los sobres y las manos temblorosas de la autoridad los apilaba. Observadora astuta, sabía que estaba mucho más preparada que yo para eso, invadido de una emoción que me hacía hablar con todos los fiscales sobre mis pagos en el sur del conurbano, ayudando al presidente que por algún motivo que desconozco sentía que podía confiar en mí, intentando descomprimir una situación que no tenía por qué ponerse tensa, armar algunos rompecabezas defendiendo boletas, está enterita, ¿no ves?, si la podes reconstruir entonces es válido. Miriam, rígida e imperturbable, centinela de lo que nos correspondía. Pero cuando todo estaba terminando, cuando los números le daban contenido a lo que podíamos percibir a simple vista, ahí Miriam me miró y sonrió. Una mueca, un efímero gesto, que como vino se fue. Sabía todo lo que significaba, su aprobación, su muestra de deber cumplido, habíamos ganado en la 430, le dije que eso nos valía para ir con el pecho inflado el resto del año, para contarlo una y otra vez, y no pude más que abrazarla, creyendo hasta ahí que éramos portadores de un privilegio irrepetible.
Escuchamos un grito, una pregunta que venía del pasillo, sí, nosotras también. Salimos del cuarto y caminamos sacando la ansiedad por las piernas, se abría otra puerta, y otra y otra, una mano salía con un dedo en alto mostrándonos un uno, una sonrisa incrédula nos aseguraba que ahí de nuevo, una voz agrandada, che acá ganamos. ¿Al lado? Voy a ver, espera. Crucé al otro colegio, la directora me habló en voz bajita, acá nos fue bárbaro, un puntero radical mordía algunas palabras que llegue a entender “ah, nunca se la vio tan contenta a la directora”, que poco oído hizo y siguió doblando unos papeles. Todos y todas iban confirmando lo que horas atrás hubiera parecido una locura, una ilusión desmedida sabiendo desde donde partíamos. Habíamos ganado los dos colegios.
Salí rápido para llevar la noticia a los que me esperaban ahí enfrente, a cincuenta metros nomás, y ahora que lo pienso no entiendo cómo paso. No logro comprender semejante desorientación. Al caso, lo mismo daba, no estaba muy lejos, en algún momento  iba a encontrar el colegio. Caminando reconocí una iglesia vieja, una plaza, unos chicos que charlaban en la esquina. Ahí las vi. Cómo paso no lo sé, cómo habían llegado tan rápido, cómo se habían cambiado, pero además, ¿qué hacían ahí?, teníamos que irnos, llenar planillas, terminar con las formalidades. Cuando iba acercándome para decírselo me frene de golpe, qué son esas caras más jóvenes, esos raros peinados, entraban y salían de las casas, con vecinos y vecinas, charlaban y discutían, se reían y lloraban, sacaban una máquina de coser, vendían pan, unos metros más allá parecían dar apoyo escolar, pintar un mural, acarrear una pala, cebar un mate, tirar un ladrillo, transpirar.
A medida que entraban y salían de las casas, las chicas iban cambiando, tardé en comprender que no era sólo su ropa o sus peinados, eran también sus edades, sus modos, su caminar. Recién entonces me di cuenta de que algunas eran muy jóvenes cuando  las vi al llegar, corrían los minutos -bueno minutos para mí, es muy difícil medir una cosa así, en ellas eran mucho más que minutos, eran meses, quizá años- y todo entraba en una vorágine ante la cual de poco servía querer entender. Sé que las vi un buen rato, que dejé de preocuparme. Yo no las conocía, todavía no las había conocido. Pero sabía quiénes eran. Nada era más importante que lo que estaban haciendo, así que retrocedí, volví y en ese estado de abstracción en el que se entra cuando alguien camina pensando, me encontré de nuevo frente a los colegios. También estaban ahí. Otra vez. O nunca se habían ido, tampoco sé cuánto me había demorado, qué importa ahora saber eso. Te puedo contar que cuando llegué estaban cantando, se fundían en abrazos, tenían los ojos brillosos, y yo entré rápido en una foto.
Acaso eso no se explique nunca, tal vez jamás le encuentre alguna lógica. Pero de todas formas me alegra saber que la semana que viene voy volver a verlas hacer de las suyas, y así como esos pocos minutos me mostraron años, lo que siga también me va a dejar ver sus cambios, algunas canas, su persistente voluntad, y, claro, la razón de haber ganados los dos colegios.