jueves, 5 de diciembre de 2013

Carta a un amigo

Te escribo a vos que estás lejos, porque acá ya se dijeron muchas cosas. Te escribo a vos allá en el sur, en los pagos de mi buenos aires querido, quizá viendo el río, escuchando un tango, a vos y allá porque todavía me cuesta hablarles a los de acá sobre su lugar. Ya leí mucho, vi mucho, escuché mucho, aprendí mucho. Y te escribo a vos allá porque, a pesar de todo, ahora estoy acá.
          Te habrás enterado, compadre, del espanto de esta semana por estos lados. Seguramente lo leíste en los diarios, lo viste en la televisión, en las redes sociales. Lo seguiste y al rato me preguntaste si estaba bien, qué novedades tenía. Ahora que pasaron unas horas, como pueda, te lo voy a contar, porque pasó acá, donde ahora vivo.  
         Me despertó la chinita porque escuchaba gritos en la calle, me zarandeó para todos lados, es raro, suelo tener el sueño liviano. No, si vos sabrás, que tanto tiempo la pasamos juntos. Tal vez no me quería despertar para no verlo, para no enterarme. Viste que los mecanismos de defensa de la capocha son así, evadir y evadir, y dale que va. Te decía que hizo de despertador ella, serían las tres de la madrugada, nos asomamos a la ventana y vimos y escuchamos, vimos poco porque era en la esquina y no nos daba el ángulo. Pero escuchamos de todo, gritos de alegría, de revancha, de odio. Se notaba que era mucha gente, que había algún conflicto, pero no entendíamos. Sí te puedo decir que se nos metía por la ventana un aire a ritual diabólico, como en la película esa, la del Señor de las Moscas. Especulamos un montón de cosas, pero nunca lo que nos enteramos unas horitas después. La calle no estaba como siempre, no pasaban los colectivos ni los taxis, y ahí nomás se nos vinieron los gritos de hacía poquito, y armamos la historia, y entendimos.
          ¿Qué te voy a decir de lo que pasó si ya lo sabés? Que la policía se acuartelo por un reclamo salarial, que los saqueos dieron vuelta la ciudad, que no puede ser casual semejante demostración de poder para negociar. Imaginate, sabiendo que al otro día se juntaban con el gobernador, lo mejor que podían hacer para mostrar lo grande que la tienen es motorizar los saqueos, liberar zonas, preconizar representaciones de anarquía. Igual, no quiero hablar de esto, porque ya lo sabés, sos pillo y estas cosas no se te escapan. Como tampoco se te escapa el mensaje del gobernador, la miseria en su forma de resolver las cosas, a los palos, la política de seguridad acá es a los palos, la política de inclusión es a los palos. Palos y palos, amparados en códigos, jueces, y una cultura del palo que de esa sí no tenemos dimensión, ni vos ni yo. Ahí quería llegar compai, no para contarte nada, sino para pensar juntos, a la distancia.
          Me mude a una ciudad que tiene su historia pesada, esa que leímos o que todavía alguno que queda nos la cuenta, la del Cordobazo, la de Tosco, en la que tuvieron que bajar a Obregón Cano, la de las fábricas y la lucha de clases, la docta, la de la universidad más antigua del país, la cultural, bueno, esa que conoces. Es rara. Es contradictoria. Es una ciudad y las ciudades son así, ¿no? Lo vanguardista y lo ultra conservador. Pero no nos llama la atención, todo se mueve en una ciudad. Y lo que más se mueven son las represiones, las latencias de odio, el individualismo feroz, el racismo y el clasismo. Córdoba es una ciudad de clases, como en todos lados, sin embargo acá llevado hasta un límite espantoso. Las políticas provinciales profundizan la división en clases, cosa que no sorprende, pero sí esto: las clases acá son arrastradas por la propia política a invisibilizarse. Se corre a los sectores populares, se los muda, se los borra, se los esconde, lejos del centro, lo más lejos posible de los símbolos de estatus y poder, ah pero no se quejen, encima que les damos casas. ¿Será tan insostenible la lucha de clases en Córdoba que ni siquiera pueden convivir como el mandamiento peronista pregona y, seamos justos, muchas veces consigue? ¿Es tan sutil el movimiento que rompe la superficial armonía para que todo estalle? Acá hay un brazo esencial que mantiene ese orden a punto de resquebrajarse en mil pedazos: la pata represiva del estado.  Es central, es una piedra angular en esta ciudad. Y el jefe lo sabe, no hace falta que lea los Cuadernos de la Cárcel del tano marxista. Te lo juro: acá es coerción pura, por todos los medios hay que evitar el encuentro con los extraños.  
          ¿Por qué? Porque el capital no para de acumularse, el económico, el cultural, y el simbólico. No para, no se detiene. Y para que se acumule necesitas mucha, pero mucha, represión.  Necesitas represión para que los centros comerciales se sigan llenando de los que acumulan capital, necesitas represión para ir al cine y no cruzarte con los otros, necesitas represión para caminar tranquilo en el centro, necesitas represión para no dejar de consumir. Porque acá los otros no están. Si los ves, date una vuelta a la manzana y cuando vuelvas en el mejor de los casos llegas a escuchar al patrullero irse y como un conejo en la galera del mago, el otro no está más. Si venís a visitarme quedate tranquilo, mira para arriba, no es un pájaro, no es un avión, no es batman, es un helicóptero de la sotero, que también te cuida. Y esto los acuartelados lo sabían, la tenían bien clarita cuando negociaban. Podemos discutir el sueldo de los subalternos, tenés razón, no quiero que se me pase. Te quería contar eso nada más, lo importante que es acá la coerción. No se puede permitir que deje de estar una noche, porque los otros quieren copiarte, y encima sin pagar. Te rompen todo y se visten como vos, usan el mismo tele que vos, el mismo celular y las mismas zapatillas. Y sin trabajar. Porque eso sí, en esta ciudad todos podemos trabajar y juntarnos el manguito para comprarnos las cosas que nos hacen bien al corazón. Tener, tener y tener para ser. Te lo cuento así, sarcástico, porque no se me ocurre otra forma. Allá lejos están los otros, en sus barrios, y esta semana se les ocurrió venir. Porque no estaba la coerción, el intríngulis de este consenso precario.
          Y esto lo sabemos desde que nos leen cuentos de chiquitos, cuando lo que nos es desconocido aparece, atájate, que nos ponemos los tapones. Lo desconocido o lo que no queremos conocer. Los desconocidos o los que no queremos conocer. Y la coerción, otra vez, perdoname que insista, como ayuda a que haya desconocidos. Por suerte si hay palos siguen siendo desconocidos, pero pucha cuando no hay. Seguimos haciendo eso que planteaba el barbudo en el mil ochocientos, seguimos cosificando a las personas y humanizando a las cosas. Y cuando las personas son cosas son inertes, no tienen vida, no tienen historia, ni pasado ni presente, que no jodan con el futuro, para qué carajo iríamos a relacionarnos con cosas, para qué nosotros sujetos vamos a relacionarnos con un objeto más que no sea como dominación. Con el objeto no hay intersubjetividad. Al objeto se lo usa, mierda, se lo manipula. Y estos objetos que aparecieron la otra noche nos son útiles sólo si siguen cumpliendo la función que les dimos y que sostenemos día a día: siendo otros, ajenos, lejanos. Porque a no confundirse, tienen que estar ahí, marcando nuestro contraste, nuestra relación inversa de acumulación de capitales, ¿cómo se mide un poder si no es en términos relacionales, si no hay un nosotros y un otros con los cuáles medirnos? Ustedes, objetos, tienen que estar ahí, pero sin joder.

          Bueno, aflojo hermano, no tenes por qué bancarte todo esto, vos allá queriendo tomarte unos mates con tu vieja o mirar el partido del cervecero. No seas boludo, sabes que no justifico la violencia ni los saqueos, que lo que acá charlamos va por otro lado. Ya quiero terminar, pero me cuesta, se me viene una y otra vez la ventana, los gritos, la esquina. Acá nomás, en el barrio donde vivo ahora, lejos del tuyo manito, lo latente explotó, lo racial y clasista desbordó a la gente bien que decidió salir a defenderse pegándole a cuanto changuito de tez oscura y en moto se le cruzaba. Ahora sé qué era eso que vimos con la chinita por la ventana, ese ritual fuera de sí, esas energías colectivas ancestrales, esa gente que me crucé hoy en la calle, en la facultad, en el bondi, pero que ayer no reconocí, porque tenían palos, estaban pintados, cantaban cosas que no entendía y danzaban alrededor del fuego de una moto y pegaban y amenazaban a un invasor que se les ocurrió que era tal (hoy salió el papá a contar desgarradamente que su hijo había venido a cenar al centro con un amigo, ¿podés creer?), la ofrenda que tal vez venía de lejos, lo que hay que entregar como regalo a esta divinidad: el orden social.