Aclaración previa: el siguiente esbozo forma parte de un trabajo en realización, sin pretensiones, sobre las novelas de Cortázar. De allí las referencias a otros títulos.
¿Qué escribir sobre Rayuela que ya no esté escrito? Incluso sin haber leído críticas, uno
intuye los papeles que deben circular con ese nombre. Supongamos que no esté escrito,
¿qué decir de Rayuela que no esté dicho? No muchas cosas, seguramente. Pero a
quedarse tranquilos, si no tenemos demasiadas ambiciones de originalidad,
entonces lanzarse a escribir desde Rayuela puede ser una actividad
fascinante. Una, dos, tres, cuatro, cinco, y así, las lecturas que la novela
ofrece. La nuestra será esa que, insistimos, a riesgo de opacar quizá elementos
imprescindibles para otros, sean la continuación de un camino trazado. Nos
fuimos de Buenos Aires con El examen,
anduvimos viajando en Los Premios y,
ahora, en 1963, pisamos una Rayuela.
Pero ¡cuidado lector!, Rayuela
no es piso firme, sino otro pasaje, otros muchos pasajes, puentes en París o
tablones entre ventanas de Buenos Aires. Rayuela
es una gran Tura, el otro lado de la costumbre, la búsqueda desesperante, el
fuego sordo que quema.
De nuevo el grupo, esta vez bajo la denominación de
Club de la Serpiente, en París. Y allí, inolvidables, Horacio y La Maga.
Horacio es el personaje que más elementos nos va a traer para el análisis, pero
Horacio no es Horacio sin La Maga, siempre en sus cavilaciones está el espejo
terrible de esa uruguaya icónica. No hay, como en Los Premios, mayores referencias al otro social, aquí todo se
concentra en estos pocos personajes, como una fuerza centrípeta que tensiona
cada vez más hasta el punto del sexo oral con una clochard o armar un plan de defensa con hilos y palanganas en un
hospital psiquiátrico. La búsqueda, sin dudas, será el signo inequívoco de este
libro.
Antes de meternos en el meollo que nos ocupa, vamos
a visitar un tema recurrente en las novelas cortazarianas. Es que no resultan
difíciles de encontrar de nuevo las críticas al sentido común de las clases
medias porteñas, particularmente. Horacio intuye que “acumular cultura”
representa tapar el vacío de la existencia, acumulación propia de esa clase
media. No hay duda inteligente, dice, la
cultura en su expresión acumulativa siempre pretende certezas, y eso provoca
intolerancia. Si lo sabrá Oliveira que “era clase media, porteño, colegio
nacional, eso no se arregla así nomás”. Ahí,
“en Buenos Aires, capital del miedo, volvía a sentirse rodeado por ese discreto
allanamiento de aristas que se da en llamar buen sentido y, por encima, esa
afirmación de suficiencia que engolaba las voces de los jóvenes y los viejos,
su aceptación de lo inmediato como lo verdadero (…)” Y las referencias siguen a
lo largo del texto, por citar una más : “A la Argentina había que agarrarla por
el lado de la vergüenza, buscarle el rubor escondido por un siglo de usurpaciones
de todo género, y para eso era lo mejor demostrarle que no se la podía tomar en
serio. Desmontar tanta soberanía al divino cohete”. En fin, no pretendo hacer
de esto un rastreo de frases que avalen lo que sostengo, solo expongo algunas a
fin de volver al texto tal como se presenta. De cualquier forma, si tomamos el
primer epígrafe de la novela, entraríamos avisados de lo que nos espera en ese
plano y, con él, terminemos este punto: “Nada puede matar más a un hombre que
la necesidad de representar un país”.
Ahora sí, intentando no perder el rumbo, vamos a
charlar. Querido Horacio, ¿qué buscas? -Derecho de ciudad, Guido, estás cada
vez más parecido a Ossip.
-¿Pero vos sólo, individualmente?
- Fijate en el libro, ahí hable de la soledad. La
soledad del hombre junto al hombre, la irrisoria comedia de los saludos (…) Los
contactos en la acción y la raza y el oficio y la cama y la cancha; contactos
de ramas y hojas que se entrecruzan y acarician de árbol a árbol, mientras los
troncos alzan desdeñosos sus paralelas inconciliables. Mira, Guido, te vuelvo a
repetir lo mismo, habría que vivir de otra manera, quizá vivir absurdamente
para acabar con el absurdo, tirarse en sí mismo con una violencia tal que el
salto acabara en los brazos del otro. Pero la verdadera otredad, hecha de
delicados contactos.
- Es decir, ¿empezás a ver al contacto con el otro
como una forma de realización, de plenitud digamos?
- Que apurado pibe, como si fuera así nomás. Por
ahora tenemos los albañiles, los estudiantes, el clochard, la vendedora, cada uno en su caja de vidrio. Si leíste
bien te acordarás de la morelliana esa, la que decía que hay quizá una salida,
pero debería ser entrada. Hay otro mundo, pero en este, hay que crearlo.
- Me viene bien eso, porque en un pasaje del libro
Wong muestra fotos sobre torturas, ahí vos decís “nunca seré un indiferente, me
obstino en que el hombre ha sido creado para otra cosa”. Esto me sirve de
disparador para analizar un plano que había marcado al comienzo de este
escrito: la acción (estoy escribiendo sobre las novelas de Cortázar, por si no
sabías). Rayuela tiene, de boca tuya, algunas reflexiones sobre la acción
social. Decís algo así como “si la lucidez se vuelve inacción, ¿no es
sospechosa?”
- Tuve mis dudas por aquellos años. Reflexione, es
cierto, un poco sobre la acción social. ¿Cuál era la verdadera moral de la
acción?, me preguntaba. Una acción social como la de los sindicalistas se
justificaba de sobra en el terreno histórico. Felices los que dormían y vivían
en la historia. Una abnegación se justificaba casi siempre como una actitud de
raíz religiosa. Felices los que amaban al prójimo como a sí mismos. En todos
los casos, rechazaba esa salida del yo, esa invasión magnánima al redil ajeno.
Bumerang ontológico destinado a enriquecer en última instancia al que lo
soltaba, a darle más humanidad, más santidad. No tenía que objetar de esa
acción en sí, pero la apartaba desconfiado de mi conducta personal. Sospechaba
la traición apenas cediera a los carteles en las calles o las actividades de
carácter social; una traición vestida de trabajo satisfactorio, de conciencia
satisfecha, de deber cumplido. Conocía a esa gente en la que la acción social
se parecía demasiado a una coartada. La traición era como siempre renunciar al
centro. Mira, para mi valía más pecar por omisión que por comisión. Ser actor
significaba renunciar a la platea, y yo parecía nacido para ser espectador en
fila uno.
- Entiendo, no podes renunciar a esa búsqueda de
absoluto. Igual, por más individual que sea, te empecinas con la figura de los
pasajes. Te gustaba ver a la Maga en el puente, casi matás a Talita en el
tablón, que digo, la misma rayuela es un pasaje, por no seguir y decirte mucho
sobre el agujero en el techo de la carpa del circo que daba al cielo, porque
ahí tenés de nuevo el escape hacia un contacto, puente del suelo al espacio
liberado. ¿Te das cuenta, Horacio? Tantos pasajes, me arriesgo a decirte que el
kibuttz del deseo mismo, no te niego que sean búsquedas personales, pero querés
llegar al hombre, viejo. Querés llegar, de otra manera cierto, pero lo mismo
querés llegar al otro, un contacto que te parezca más verdadero que los
contactos que nos hace tener la máscara podrida de occidente, como por ahí
decis.
-No te la creas che, hablar con el diario del lunes
es fácil, ya hace cincuenta años que leen el libro, anda y vivila vos.
-Cierto, feliz cumpleaños.
- No vas mal pibe igual, lo que me dijiste recién,
es obvio. Cuando me hundí en la mierda
como Heráclito, te acordás, con la clochard.
Había que meterse en la mierda para curarse, lo único decente era ir hacia
atrás para tomar el buen impulso. Había que dar vueltas el caleidoscopio, eso
no podía ser el mundo, y en la Rayuela viste que salís desde la tierra. Pero no
para subir al cielo, sino caminar con pasos de hombre por una tierra de hombres
hacia el kibuttz allá lejos pero en el mismo plano, como el Cielo estaba en el
mismo plano que la Tierra en la acera roñosa de los juegos.
- Por eso me gusta tanto el libro renegao. Esa idea
de salvación en el mismo plano, de hombre a hombre, entrándole por el culo al
mundo, pateando una piedrita, jugando. No dijiste hombre nuevo porque todavía no te daba vueltas la idea. Pero de
esta crítica a la subjetividad occidental a lo que va a venir después, con tu alter
ego Andrés, hay un paso. Él si logro problematizar la idea de hombre
nuevo, pero sin vos no hubiese podido. Te digo más, sin Medrano no hubiese
podido. Y qué querés, si en esos años el mundo empezó a verse dado vuelta, si
Cuba le entró por el culo al imperio de occidente. Bueno, me estoy yendo, esto
me lo tenía que guardar para después, pero quería decírtelo. Igual, Horacio, me
sigue revolviendo el estómago todo lo
que hiciste cuando murió Rocamadour.
- Pero que diálogo te dimos después de eso, eh. La
existencia misma, aunque mejor digamos hexistencia. Además ya lo explique, no
había que calzar en el molde de las acciones que se hacen como lo haría todo el
mundo en circunstancias similares. No voy a opinar de todo el resto de las
apreciaciones, ya no me corresponde. Solamente una cosa, ¿quién trepa hasta el
agujero sino es para querer bajar cambiado y encontrarse otra vez, pero de otra
manera, con su raza? ¿Qué se busca? ¿Qué se busca? Repetirlo quince mil veces,
como martillazos en la pared. ¿Qué se busca? ¿Qué es esa conciliación sin la
cual la vida no pasa de una oscura tomada de pelo?
- Bueno, te dejo Horacio, gracias por la charla, y
paga el café vos por favor.
Lo
dejamos a Horacio, cuantas cosas que el libro nos da, que los personajes nos
dicen, cómo abarcarlo sino sabiendo que no se puede abarcar todo, si para
analizar Rayuela habría que escribir
otra Rayuela. Mejor no pretender ser un crítico serio, de esos que preguntan
con solemnidad. Mejor decirle al lector que Rayuela
no es eso que uno dijo, que es tan poco lo que se puede agregar. Por eso
quiero poner la novela en el mismo plano que el resto. ¡Atención! a nadie se le
ocurre consignarle el mismo valor. Pero en este tablón por el que estamos
andando con Talita y que pretendemos transitar abriendo las novelas para ver en
que se conectan, en ese tablón Rayuela
es igual que el resto. Es igual pero es el quiebre, sino pasamos nos caemos,
pero si logramos pasar, entonces el camino que nos lleva a Libro de Manuel puede vislumbrarse. Habrá que intentar rastrear
elementos en 62 Modelo para armar,
sin forzarlo, respetando su tono, y si hay cosas serán tomadas en su medida.
Rayuela
es una gran búsqueda, es una crítica al sujeto occidental, racional, de
pensamiento binario, es una apertura a otras posibilidades, es una indagación
del amor, es la exaltación de la ruptura de la moral burguesa, es la necesidad
del pleno desarrollo del individuo. Es un intento de resolver un gran
interrogante: ¿qué es el yo? Acaso podríamos ser indulgentes y suponer que la
pregunta por el nosotros en el libro está centrada, primero, en entender el yo.
Pero ese yo no existe sin el otro, y allí radica la desmesura del libro, sin
concesiones va en la indagación de ese contacto, haciéndonos descender con la clochard o entrar a un sótano de psiquiátrico.
Es cierto, aquí no se sigue una línea que Los
Premios había profundizado respecto a El
examen, que se relacionaba con el encuentro (desencuentro si se quiere ser
precisos) entre sectores de la sociedad, entre clases tal vez. En esas novelas,
hay una observación extrañada del otro social, casi como una observación
participante. Y no hay contacto certero, no hay ruptura de los moldes, como
decíamos, priman los habitus propios
de cada grupo. En El Examen con un
inequívoco prejuicio sobre los sectores populares, en Los Premios con un poco de eso, pero también con más matices y
aperturas, contadas. Rayuela corta
esa línea, pero ahonda en otra que también estaba en las novelas previas, como
decíamos, la búsqueda del yo. Va hasta las últimas consecuencias. Lo
interesante, lo que este lector encuentra apasionante es que en esa búsqueda
aparece el otro como una llave, una realización, no hay yo en Rayuela si no hay un puente, un tablón,
un agujero en el techo del circo que nos conecte, que haga un nosotros. Creo
que el libro no llega hasta allí, que se detiene antes de decirlo, antes de la
moraleja, antes de ser una guía práctica para almas errantes. Al contrario,
cuenta todo eso con el personaje más odioso posible, un tipo como Oliveira, el
antihéroe. Leer Rayuela no es más que
pisar la Tierra, porque el resto empieza cuando el libro termina, entrarle al
mundo por el culo o buscar al otro moviendo el caleidoscopio. También, sí,
pateando una piedrita, jugando, desesperadamente jugando.
Aclaración final: las palabras de Horacio, de más estará decirlo, forman parte del libro. Sólo han sufrido pequeñas modificaciones para que pueda charlar conmigo.
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