Lo hizo de nuevo. Cuando pensaba
que había sido suficiente, al menos por ahora, con estos tipos nunca se sabe,
vuelven y vuelven y que bien que lo hacen. Es cierto, volvió con algo que,
hasta bien entrado el libro, no me parecía su mejor versión, o en todo caso no
estaba yo en su sintonía. Pero lo hizo de nuevo, y cuando terminaba ya bastante
convencido de que estaba bien, de que otra vez con esos momentos de lucidez que
sólo unos pocos, apretó el estómago. Los lagrimones se me piantaron, y si bien he
aprendido a ser mucho más lacrimoso en estos meses, estoy seguro de que esa
autopista de alguna manera me despertó a nuestras autopistas, las literales y
las no tanto.
Empezando por el
principio, cuando termino un libro tengo la costumbre de ponerle fecha de lectura
y lugar. El por qué todavía no lo logro explicar, pero ya hay unos cuantos que,
obviedad, tienen dos fechas (uno hasta tres), y distintos lugares. La mayoría
de esos que se repiten son los que dicen, ejemplo, “Julio 07. Buenos Aires”, y
a renglón seguido, “Abril 13. Córdoba”. Usted, que me conoce, entenderá que no
hay misterio en esto, que hace unos cuantos meses que ya vivo en el medio del
país. En algunos otros casos el libro fue empezado en algún lugar y terminado
en otro, y para volver a dar el ejemplo sin confundir al lector que me sigue en
este complejo razonamiento, su estampa es “Bs As-Cba. Agosto 13” . En la gran mayoría de los
casos, estos dos procedimientos se han aplicado al mismo escritor, siempre por
el placer del reencuentro, pero canalizado por distintos móviles, que oscilan
entre lo académico y las necesidades de un parrafito cuando sentiste algo que
te hizo acordar lo maravilloso que era.
No
me interesa defender las cualidades literarias de quien tanto se obstinó en no
tenerlas, más bien volverte a contar cómo las ventanas que abre son tantas que
todos los mundos caben por esos huequitos, o si preferís la intertextualidad,
cómo se puede dar la vuelta al día en ochenta mundos. Terminado el libro (la
mayor parte del cual fue leído en la autopista), con la última hoja mojada
porque me llovía un poco el ojo y se me caía un moco, fui hasta la primera y
escribí “Enero 14. Cba-Bs As”. Casualmente, o no, el subtítulo del libro es “O
un viaje atemporal Paris-Marsella”. La analogía y el azar me llenaron de
entusiasmo al tiempo que me disparaban las reflexiones que, a continuación, voy
a intentar contarte. Porque es tiempo de que lo sepas. Y quizá funcione como un
diario atrasado de fin de año.
En
realidad, ahora que lo pienso mejor, nada de atrasado, la verdad –empíricamente
comprobable- es que tomé la autopista en febrero del año pasado. Dicen por ahí
que cuando uno viaja tiene dos puntos, el de partida y el de llegada. De hecho
la referencia puede aplicarse a situaciones que no necesariamente son las del
viaje. Acá se comenta, y él bien que lo ha demostrado, que cuado uno logra
poner la mirada en el medio de esos dos puntos está accediendo a una realidad
que, en rigor, la mayoría de las veces pasa desapercibida y, en el peor de los
casos, se la quiere pasar rapidito rapidito. Y claro, es que molesta, se la
siente como tiempo perdido, frase tan escuchada en este mundo donde el tiempo
que no se pierde es el que se dedica a la obtención de los papeles con
microbios, más conocidos como billetes. Pero él lo sabe, y este libro es otra
demostración: visualizar ese espacio del medio es acceder a aristas de la
realidad desopilantes e inexploradas por nuestra querida, mas innecesariamente
instrumental, especie humana.
Y
acá venimos nosotros que, a nuestro modo, hemos aprendido a vivir en ese
espacio. Y hoy te lo voy a presentar, sin el permiso de ella, la loquita del
Mu. ¿De qué Mu? Del espacio Mugui. Por las características geográficas de
nuestros orígenes, la loquita del Mu y yo, quien escribe, no podríamos explicar
con certeza nuestro punto de partida: conocidos en Perú, viajantes en Ecuador,
reencontrados en Buenos Aires, paseantes por Rosario, dialoguistas a más de
diez mil kilómetros -poniendo a prueba experimentos de la más refinada ciencia
humana- y convivientes en Córdoba, por sólo contar algunos puntos de relativa
importancia. Desraizados en origen pero felices por poder crearlo entre
colores, dietas variadas, juegos y viajes, decidimos que lo mejor a una psiquis
que pretenda no desesperarse y caer en eso que nuestros bienaventurados
psicólogos con o sin matricula llaman esquizofrenia, era, precisamente, su
invención. Y así nace el Mugui, un espacio que a las claras da cuenta del
feminismo imperante en él (perdón por la indiscreción de las aventuras
personales, prometo no volver a contarte nuestras desnudeces y tazas de café
rotas... por la loquita del Mu). Por fin nos sentábamos en una mesa que no
tenía precipicios para los costados, y en esa mesa le dimos rienda suelta a la
vida. Pero estas cosas no son fáciles de controlar, y el Mugui empezó a
engordarse, angurriento como él sólo. No se conformó con ser un punto de
partida y exigió ser también el de llegada y, lo que demuestra su tendencia
epistemológica al todo, del viaje mismo.
Así,
hoy, rodamos adentro del Mugui, y desde acá te escribimos, mirando al mundo
desde este espacio que viaja sin prefijarse los rumbos, sin pretender lugares
ni fechas precisas de origen (convenimos en Abril como un buen mes, para poder
cantar esa canción de Fito), sin puntos de llegada obligatorios, viajando,
viajando, viajando aunque no salgamos de la cama un domingo a la mañana y
prefiramos ensuciar el único juego de sábanas que tenemos con tereré y dulce de
leche. No sabemos cuanto más va a engordar el Mugui, sí que cada día es una
esponja más absorbente, que se obstina en crecer y crecer, en cada mirada que
indica el momento de contraatacar en una sobremesa, en el agua que le cae en la
cabeza a la señora del segundo enojada cuando regamos las plantas y ella está
entrando al edificio, en las tartas para muchos comensales que nos hacen
estallar, en cada indignación por esos colmillos que muerden para chuparle
dólares a una realidad que sabemos va a ser mejor tarde o temprano, en cada
pregunta, en cada dentífrico y cepillo de dientes gastado, en ese reloj de
papel que decidimos pegar en la pared para poner el horario que nos parezca más
conveniente según las ganas, en esa autopista Córdoba- Buenos Aires que tantas
veces nos separaba y que ahora es parte del Mugui, que aprendió a estirarse
exactamente 715
kilómetros .
La
primer hoja del libro que termine hoy tiene la dedicatoria de la loquita del
Mu, la segunda la fecha y el lugar de lectura “Enero 14. Cba-Bs As”. Ahora sé
que me equivoque, que en realidad el libro nos estaba leyendo a nosotros, que
ese viaje atemporal estaba intentando emular el nuestro, que Julio, que lo hizo
otra vez, está contento porque dos cronopios giran y giran en su Mugui. Y que
Abril es bello.
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