miércoles, 15 de enero de 2014

De la vida a los libros y de los libros a la vida (también alpargatas)

     Lo hizo de nuevo. Cuando pensaba que había sido suficiente, al menos por ahora, con estos tipos nunca se sabe, vuelven y vuelven y que bien que lo hacen. Es cierto, volvió con algo que, hasta bien entrado el libro, no me parecía su mejor versión, o en todo caso no estaba yo en su sintonía. Pero lo hizo de nuevo, y cuando terminaba ya bastante convencido de que estaba bien, de que otra vez con esos momentos de lucidez que sólo unos pocos, apretó el estómago. Los lagrimones se me piantaron, y si bien he aprendido a ser mucho más lacrimoso en estos meses, estoy seguro de que esa autopista de alguna manera me despertó a nuestras autopistas, las literales y las no tanto.   
     Empezando por el principio, cuando termino un libro tengo la costumbre de ponerle fecha de lectura y lugar. El por qué todavía no lo logro explicar, pero ya hay unos cuantos que, obviedad, tienen dos fechas (uno hasta tres), y distintos lugares. La mayoría de esos que se repiten son los que dicen, ejemplo, “Julio 07. Buenos Aires”, y a renglón seguido, “Abril 13. Córdoba”. Usted, que me conoce, entenderá que no hay misterio en esto, que hace unos cuantos meses que ya vivo en el medio del país. En algunos otros casos el libro fue empezado en algún lugar y terminado en otro, y para volver a dar el ejemplo sin confundir al lector que me sigue en este complejo razonamiento, su estampa es “Bs As-Cba. Agosto 13”. En la gran mayoría de los casos, estos dos procedimientos se han aplicado al mismo escritor, siempre por el placer del reencuentro, pero canalizado por distintos móviles, que oscilan entre lo académico y las necesidades de un parrafito cuando sentiste algo que te hizo acordar lo maravilloso que era.
     No me interesa defender las cualidades literarias de quien tanto se obstinó en no tenerlas, más bien volverte a contar cómo las ventanas que abre son tantas que todos los mundos caben por esos huequitos, o si preferís la intertextualidad, cómo se puede dar la vuelta al día en ochenta mundos. Terminado el libro (la mayor parte del cual fue leído en la autopista), con la última hoja mojada porque me llovía un poco el ojo y se me caía un moco, fui hasta la primera y escribí “Enero 14. Cba-Bs As”. Casualmente, o no, el subtítulo del libro es “O un viaje atemporal Paris-Marsella”. La analogía y el azar me llenaron de entusiasmo al tiempo que me disparaban las reflexiones que, a continuación, voy a intentar contarte. Porque es tiempo de que lo sepas. Y quizá funcione como un diario atrasado de fin de año.
     En realidad, ahora que lo pienso mejor, nada de atrasado, la verdad –empíricamente comprobable- es que tomé la autopista en febrero del año pasado. Dicen por ahí que cuando uno viaja tiene dos puntos, el de partida y el de llegada. De hecho la referencia puede aplicarse a situaciones que no necesariamente son las del viaje. Acá se comenta, y él bien que lo ha demostrado, que cuado uno logra poner la mirada en el medio de esos dos puntos está accediendo a una realidad que, en rigor, la mayoría de las veces pasa desapercibida y, en el peor de los casos, se la quiere pasar rapidito rapidito. Y claro, es que molesta, se la siente como tiempo perdido, frase tan escuchada en este mundo donde el tiempo que no se pierde es el que se dedica a la obtención de los papeles con microbios, más conocidos como billetes. Pero él lo sabe, y este libro es otra demostración: visualizar ese espacio del medio es acceder a aristas de la realidad desopilantes e inexploradas por nuestra querida, mas innecesariamente instrumental, especie humana.
     Y acá venimos nosotros que, a nuestro modo, hemos aprendido a vivir en ese espacio. Y hoy te lo voy a presentar, sin el permiso de ella, la loquita del Mu. ¿De qué Mu? Del espacio Mugui. Por las características geográficas de nuestros orígenes, la loquita del Mu y yo, quien escribe, no podríamos explicar con certeza nuestro punto de partida: conocidos en Perú, viajantes en Ecuador, reencontrados en Buenos Aires, paseantes por Rosario, dialoguistas a más de diez mil kilómetros -poniendo a prueba experimentos de la más refinada ciencia humana- y convivientes en Córdoba, por sólo contar algunos puntos de relativa importancia. Desraizados en origen pero felices por poder crearlo entre colores, dietas variadas, juegos y viajes, decidimos que lo mejor a una psiquis que pretenda no desesperarse y caer en eso que nuestros bienaventurados psicólogos con o sin matricula llaman esquizofrenia, era, precisamente, su invención. Y así nace el Mugui, un espacio que a las claras da cuenta del feminismo imperante en él (perdón por la indiscreción de las aventuras personales, prometo no volver a contarte nuestras desnudeces y tazas de café rotas... por la loquita del Mu). Por fin nos sentábamos en una mesa que no tenía precipicios para los costados, y en esa mesa le dimos rienda suelta a la vida. Pero estas cosas no son fáciles de controlar, y el Mugui empezó a engordarse, angurriento como él sólo. No se conformó con ser un punto de partida y exigió ser también el de llegada y, lo que demuestra su tendencia epistemológica al todo, del viaje mismo.
     Así, hoy, rodamos adentro del Mugui, y desde acá te escribimos, mirando al mundo desde este espacio que viaja sin prefijarse los rumbos, sin pretender lugares ni fechas precisas de origen (convenimos en Abril como un buen mes, para poder cantar esa canción de Fito), sin puntos de llegada obligatorios, viajando, viajando, viajando aunque no salgamos de la cama un domingo a la mañana y prefiramos ensuciar el único juego de sábanas que tenemos con tereré y dulce de leche. No sabemos cuanto más va a engordar el Mugui, sí que cada día es una esponja más absorbente, que se obstina en crecer y crecer, en cada mirada que indica el momento de contraatacar en una sobremesa, en el agua que le cae en la cabeza a la señora del segundo enojada cuando regamos las plantas y ella está entrando al edificio, en las tartas para muchos comensales que nos hacen estallar, en cada indignación por esos colmillos que muerden para chuparle dólares a una realidad que sabemos va a ser mejor tarde o temprano, en cada pregunta, en cada dentífrico y cepillo de dientes gastado, en ese reloj de papel que decidimos pegar en la pared para poner el horario que nos parezca más conveniente según las ganas, en esa autopista Córdoba- Buenos Aires que tantas veces nos separaba y que ahora es parte del Mugui, que aprendió a estirarse exactamente 715 kilómetros.
     La primer hoja del libro que termine hoy tiene la dedicatoria de la loquita del Mu, la segunda la fecha y el lugar de lectura “Enero 14. Cba-Bs As”. Ahora sé que me equivoque, que en realidad el libro nos estaba leyendo a nosotros, que ese viaje atemporal estaba intentando emular el nuestro, que Julio, que lo hizo otra vez, está contento porque dos cronopios giran y giran en su Mugui. Y que Abril es bello. 

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