Interpretación poco solemne de la última novela de Cortázar. Fragmento de un escrito que también contiene "Diálogos con Rayuela", crónica migrada a este espacio unos meses atrás.
Última parada del viaje, llegamos a Libro de Manuel -1973-, novela que pretendimos vislumbrar
retrospectivamente. Quizá no sea, a decir del propio escritor, la mejor obra de
Cortázar en cuanto a su escritura. Contiene sin embargo una potencia en su
contenido que sólo es aprehensible si se consideran las novelas anteriores. Tal
ha sido, repetimos, el objetivo de este escrito. Nadie duda de que Rayuela, desde su valor histórico,
social, cultural y escritural, es la novela más importante de J.C. Aquí tampoco
se pone en discusión ello, o en todo caso, no es el motor que me ha guiado.
Pero me animo a suponer que Libro de
Manuel, con sus errores, es la muestra literaria -desde la novela- de una
llegada de Cortázar como sujeto histórico. Hemos hasta aquí pretendido no
movernos de las novelas, evitar recurrir a los textos explícitamente políticos
para no forzar las explicaciones. Hicimos un juego de intertextualidad con El examen y Carta a la Patria, pero una vez que ya habíamos trabajado con la
novela. Lo que queremos es atravesar el puente de las novelas, el tablón que
las junta, ver sus líneas de sentido. Hubiese sido más sencillo, quizá, ir
trabajando en paralelo los textos críticos –como los recopilados en Obra
Critica III-, usar la Carta a Roberto Fernández Retamar sobre la situación del
intelectual latinoamericano de 1967, rastrear entrevistas que nos avalen. Pero
no, seguimos centrados en las novelas, en esos textos de ficción. Trabajar con
y desde esos textos. Entonces repitamos las operaciones que hemos realizado con
las cuatro novelas anteriores, esta vez en Libro
de Manuel.
Si usted lo desea, lector, abramos el libro. En el
prólogo ya nos encontramos con varias aclaraciones: sobre la conjunción de los
caminos entre la ficción y los problemas latinoamericanos contemporáneos, sobre
el modo de hacer leer a los personajes los periódicos, con la posdata sobre los
derechos de autor y, aquí deseo centrarme, sobre el socialismo latinoamericano:
“la lucha en pro del socialismo latinoamericano debe enfrentar el horror
cotidiano con la única actitud que un día le dará la victoria: cuidando
preciosamente, celosamente, la capacidad de vivir tal como la queremos para ese
futuro, con todo lo que supone de amor, de juego y de alegría (…) y esa
afirmación tiene que ser lo más solar, lo más vital del hombre, su sed erótica
y lúdica, su liberación de los tabúes, su reclamo de una dignidad compartida en
una tierra ya libre de este horizonte diario de colmillos y dólares”. Considero
que en este pasaje se concentra una suma de elementos nodales en eso que
llamamos la línea de sentido que une las distintas novelas, y agrega uno nuevo.
Tenemos a un Cortázar que nos advierte que este libro es una apuesta, un aporte
a la causa del socialismo latinoamericano, pero a su vez nos llama la atención
sobre algo que viene diciendo desde sus primeros escritos: rechazar los tabúes,
las “buenas costumbres”, la escala de valores del hombre occidental
contemporáneo. Entiendo que, más allá de
lo nuevo que Cortázar haya descubierto de la experiencia socialista cubana y de
los levantamientos populares en toda la región, encuentra en esas experiencias
la posibilidad de profundizar ciertos temas que lo habían preocupado en épocas
cuando, digámoslo así, no era socialista. Esto es, discutir al hombre
occidental, a la formación social de su subjetividad, a sus maneras de percibir
y ser en el mundo, al modo en el que se constituyen sus relaciones, o sus
puentes, o sus tablones o rayuelas. Sin dar más vueltas, Cortázar encuentra en
los procesos latinoamericanos fuentes desde donde será posible desarrollar
positivamente esas cuestiones que lo situaban como un perseguidor, pero ahora
desde lo histórico, desde el ritmo de la historia. Si hay distintas etapas en
las preocupaciones de Cortázar que se reflejan en sus textos, no creo que sea
arriesgado afirmar que por fin las búsquedas metafísicas, al menos algunas de
ellas, encuentran un terreno fértil en el campo histórico, en un terreno que
está sujeto a luchas; lo que eran búsquedas individuales –pero siempre, como
vimos, con la búsqueda del otro- son aquí y ahora la necesidad de encontrarse
con un nosotros. No puede ser más contundente una de las frases que dispara en
su Policrítica en la hora de los chacales:
“hay cosas que no puedo tragar en la marcha hacia la luz si se sacan a relucir
los podridos fantasmas del pasado”. El socialismo de Cuba, y la imagen que
irradia a toda América Latina, es representado como una “marcha hacia la luz”,
una profunda carga de sentido a la existencia, es un encuentro radical de las
búsquedas metafísicas, y ello con la necesaria articulación de un nosotros. Pero
claro, Cortázar vio, como tantos otros, “fantasmas del pasado” en esos procesos,
tabúes que renacían, prejuicios que no morían, el hombre occidental y la burocratización
de la vida irrumpiendo. Lo cual, por otra parte, no era algo impensable, de
hecho más bien puede ser presumible que suceda. Y allí Cortázar encontró que
podía lanzar su aporte: continuando la crítica de esas subjetividades, de las
tradiciones prejuiciosas y cerradas en sí mismas, en el impulso a un espíritu
más lúdico, más erótico, más vital. No es menor que con tanto énfasis se haya
lanzado a hacerlo, evidentemente Cortázar se interesa en la constitución del hombre nuevo porque era posible en ese
contexto, porque había que luchar por él, porque –arriesgo la imagen- el puente, la rayuela de hombre a hombre es
la historia viva, la lucha por su significado, y el kibutz del deseo ha tomado
la forma de socialismo. A mi juicio, Libro
de Manuel, más allá de cualquier consideración de carácter estético,
condensa todo eso, que lo atraviesa, pero que también lo rebasa, y entonces es
ahí donde sitúo su relevancia en la obra de Cortázar. Los resultados pueden ser
discutidos, pero no la importancia de que el gran cronopio lo haya escrito.
Vayamos, ahora, a la novela. Tenemos al grupo, La Joda, formado entre latinoamericanos
exiliados y algunos europeos, predominantemente franceses. Un narrador de las
acciones, el que te dije, un heredero de los papeles que también resulta ser el
perseguidor, Andrés, y entre tantos otros, un niño, Manuel, el destinatario de
todo ello - ¿el hombre nuevo?- Las primeras noticias que tenemos de La Joda en
cuanto a sus acciones tienen que ver con “contestaciones”: alaridos en espacios
públicos para incomodar costumbres pequeñoburguesas, saludos a los conductores de colectivos al
descender, comer parados en restaurantes, diálogos embarazosos en distintos
comercios o el relleno de cajas de fósforos o cigarrillos con otros contenidos.
Pareciera haber en estas “contestaciones” una suerte de prolongación de las
muñecas de Monsieur Ochs o las cartas a los neuróticos anónimos que aparecían
en 62 Modelo para armar, es decir,
provocaciones, pequeñas acciones sobre el transcurrir cotidiano. Este tipo de
situaciones son repetidas en los libros de Cortázar y, hasta allí, La Joda es
presumiblemente una suma cortazariana. Al mismo tiempo, el grupo prepara el
libro que será para el pequeño Manuel con noticias periodísticas sobre
acontecimientos ocurridos en amplias regiones del mundo, a consignar: América
Central, Uruguay, Brasil, varias ciudades de Argentina -La Plata, Córdoba,
Rosario, Tucumán, Mendoza, Buenos Aires, Mar del Plata-, Alemania y Francia. No
hará falta decir que las noticias son reales y que los personajes se van
encontrando con ellas a lo largo de la novela. En sí, lo importante es que La
Joda actúa coordinadamente, con
criterios comunes de acción. Esto resulta obvio en el marco de lo que será su
obra maestra, sin embargo no resulta un dato menor a la hora de pensar los
distintos grupos que fuimos viendo aparecer en las novelas. La Joda es, además
de un grupo a partir del cual Cortázar ordena los distintos personajes, una
herramienta para la acción política, con roles asignados y determinados
objetivos. No haremos aquí el trabajo de historizar el contexto sociopolítico
de las décadas del sesenta y principios de los setenta, baste sólo mencionarlo
para que un cúmulo se significados e imágenes se vuelvan a nuestra conciencia,
y entre ellas, los grupos de militancia números y organizados en vastos campos.
¿A qué apunta todo esto? ¿Por qué la organización?
Bien, lo mejor sería consultar en los propios apuntes del que te dije: la
realidad es un fracaso del hombre, hay que cambiarla y, aquí dos caminos;
cambiar la realidad sólo para uno mismo o cambiar la realidad para todos. Este
planteo, muy esquemático, está en las primeras páginas del libro y marca una
posición ética concreta, “cambiar la realidad para todos es aceptar que todos
son (deberían ser) lo que yo, y de alguna manera fundar lo real como humanidad.
Eso significa admitir la historia, es decir la carrera humana por una pista
falsa (…) Hay un solo deber y es encontrar la buena pista. Método, la
revolución”. Tres puntos de este fragmento resultan insoslayables: admitir la
historia para cambiarla, cambiarla para todos, y para eso la revolución. El
último planteo, el referido a la revolución, podemos suponer que tiene un peso
fuerte por la época en la que está escrito el libro y, en ese marco, no
quisiera ahondar mucho. Pero sí ubicar los dos primeros en la línea de sentido
en la cual fuimos atando las novelas, aquí la historia y el nosotros pasan a
primer plano por primera vez de modo explicito en una novela cortazariana. ¿No
resulta más complejo y atractivo situar esta llegada, este punto de anclaje en
un nosotros histórico, si lo consideramos en perspectiva, es decir, habiendo
analizado antes las otras novelas? Considero, lo digo una vez más, que esas dos
palabritas, historia y nosotros, se cargan ambiciosamente de significado,
explotan su sentido en Cortázar reflexionando del modo en que aquí pretendemos
hacerlo, y no sabemos si con algún éxito. En todo caso, del modo en que
intentamos hacerlo.
No quiero incursionar demasiado en las cosas que
van sucediendo en el libro, el método es ir tomando algunos aspectos y
analizarlos, recortar y exprimir. Por eso no voy a trabajar demasiado el tema
del secuestro del Vip, la gran obra de La Joda, sí subrayar al secuestro como
una metodología utilizada en la época por diversos grupos guerrilleros para, o
bien obtener recursos económicos del rescate o pedir algo concreto, por ejemplo
la liberación de presos políticos, como es el caso de La Joda.
Sigamos. Los diálogos no tienen la riqueza de otras
novelas como Rayuela o Los premios, y tampoco giran en torno a
disputas ideológicas. Claro, La Joda es un grupo que ya tiene una ideología
base, sin embargo es muy común que al interior de estos grupos haya discusiones
de ese tipo, que en este caso no tenemos. Podemos suponer varias cosas para
explicarlo, quizá no sea descabellado suponer que Cortázar prefirió no caer en
el estereotipo de novela sobre la temática, con diálogos prefabricados y
argumentaciones ya masticadas.
Otra cuestión, la Joda y su relación con el
peronismo. Atentos acá, porque podemos retomar un tema tratado unas cuantas
páginas atrás cuando analizábamos El
examen. Busquemos a Marcos, líder de
La Joda, ahí lo tenemos, charlando con Ludmilla, escuchemos. “Mi provincia está
en un lugar viejo y cansado, habrá que hacerlo todo de nuevo, créeme (…), viejo
y cansado a fuerza de falsas esperanzas y promesas todavía más falsas en las
que por lo demás nadie creyó nunca salvo los peronistas de la guardia vieja y
estos por razones bastantes diferentes y muy legítimas aunque al final el
resultado fuera el de siempre, o sea coroneles a patadas empezando por el héroe
epónimo”. Podemos suponer sin temor a forzar demasiado las cosas que hay en las
palabras de Marcos ideas del propio Cortázar, de todas formas, aún así no lo
fuera, lo mismo nos sirven. El país del que se van Juan y Clara al final de El examen es hostil, extraño,
incomprensible, el país del que habla Marcos está viejo y cansado. Cierto,
Marcos es cordobés y la primer novela transcurre en Buenos Aires. No es un
detalle menor, pero entiendo que el diagnóstico es el mismo. El peronismo es
medular en ambas situaciones, en el primer caso por ese clima absurdo y hasta
irracional de las calles porteñas, y aquí por las falsas promesas y esperanzas.
No hay algo así como la reivindicación del peronismo, se sigue siendo crítico,
pero con una vuelta de tuerca, ¡atención a lo que viene! Paremos de nuevo el
oído, “-¿Por qué muchos de tus amigos hablan del peronismo como una esperanza o
algo así? – Porque las palabras tienen una fuerza terrible, porque la realpolitik es lo único que nos va
quedando entre tanto gorila pentagonal y tanto Vip (…), pensá en el jugo que le
han sacado a la palabra Jesús, a la imagen Jesús, comprende que nosotros
necesitamos hoy una palabra taumatúrgica y que la imagen a la que corresponde
esa palabra tiene virtudes que reíte de la cortisona. –Pero vos no crees en esa
palabra, Marcos. –Qué importa si nos sirve para echar abajo algo mucho peor (…)
Me importa un bledo ese viejo que pretende telecomandar algo que en su día fue
incapaz de hacerlo a fondo y eso que tuvo las mejores cartas en la mano; pero
de hecho ya está fuera de juego, solamente que los nombres y las imágenes duran
más que lo nombrado y lo representado, y en mejores manos pueden dar lo que no
dieron en su momento”. Notable lectura de Cortázar, por eso me permito citar
tan largo fragmento. No hay reivindicación del peronismo, pero hay una visión
estratégica montada sobre él, sobre su imagen y la de su líder. Recordemos,
dieciocho años de proscripción de la fuerza política mayoritaria en el país
fueron suficientes para que un enorme caudal de experiencias sociales y
políticas se cohesionaran en su nombre: la Resistencia, sindicalismos
burocráticos o combativos, los grupos juveniles guerrilleros urbanos, etc. No
pretendo expandirme en esto, aunque bien tentado estoy. Sólo quiero señalar experiencias
disímiles, de contenido ideológico dispar, que atraviesan generaciones. Ya no
son sólo los obreros peronistas los que reclaman el fin de la proscripción, son
también los hijos de las clases medias que chocan con sus familias típicamente
asociadas al “gorilaje”, son los intelectuales de las Cátedras Nacionales. En
fin, una historia apasionante y siempre abierta a lecturas. Y vemos esta
actualización en Libro de Manuel: La
Joda, organización no peronista, comprende la potencia del peronismo y la
mítica imagen de su líder como factores movilizadores de masas populares. Lo
que van a buscar es disputarle la dirección de ese movimiento: “Para La Joda
todas las armas válidas son eficaces porque sabemos que tenemos razón y que
estamos acorralados por dentro y por fuera, por los gorilas y los yanquis e
incluso por la pasividad de esos millones que esperan siempre que otros saquen
las castañas del fuego, y además por el sólo hecho de que los enemigos del
peronismo sean quienes son nos parece un motivo más que legítimo para
defenderlo y valerse de él, y un día, sabés, un día salir de él y de tanta otra
cosa por el único camino posible, ya te imaginarás cual”. Hay de parte de
Cortázar una lectura en tiempo real muy acertada de lo que el peronismo representa
para este tipo de organizaciones, quizá alimentada por el contacto que mantuvo con
grupos guerrilleros argentinos. La historia que vendrá será la más trágica de
nuestra historia contemporánea, y estas organizaciones -incluso las que se autoproclaman
peronistas- serán echadas en 1974 de la Plaza de Mayo bajo la acusación de
“infiltrados” por el mismo Perón. Lo cierto es que, por el momento en el cual
está escrito el libro, este pasaje de Marcos y Ludmilla resulta admirable. Algún
día Marcos imaginaba quitarse tantos “sobretodos mugrientos y calzoncillos
sucios”, y eso no puede sino interpretarse como quitarse la identidad del
peronismo. Hay en esta actitud cierto espíritu vanguardista inspirado en la
figura del Che Guevara, una intelectualidad a la cabeza de un proceso
revolucionario que “sabe” lo que hay que hacer y va “desenajenando” a las masas
de su espíritu acrítico. En Argentina, esas masas eran peronistas y no hubo más
remedio para muchos grupos -no todos, hay que señalarlo- que ponerse, calzarse
esa identidad. Este sólo punto podría llevarnos a hacer un trabajo entero y,
aunque siento que es insuficiente lo dicho, espero no haber hecho
reduccionismos inadmisibles, cuando la intención es sólo dar pinceladas de
época. Sigamos con esto, que se va complejizando -y suele escucharse que Libro de Manuel no es rico, cuantas
macanas se dicen por ahí-.
Leímos a Marcos, sabemos ahora que lo que une a la
Joda con el peronismo, además de todo el caudal simbólico y movilizador de este
último, son sus enemigos. ¿Quiénes son? Fundamentalmente el imperialismo
norteamericano, y eso es un hecho histórico fundamental para comprender la
época. Muchas de las experiencias del llamado Tercer Mundo encontraban puntos
de apoyo en la proyección de ese enemigo común, y esto no se escapa en la
novela. En el plano de la ficción, podemos recordar los “Fragmentos para una
oda a los dioses del siglo”, escrito por Lonstein, que hace referencias a empresas
multinacionales que controlan el mercado mundial, llevando la lógica del
capital a todos los rincones del planeta. Pero también este enemigo común
aparece en los testimonios reales de torturas que se encuentran en la parte
final de la novela. No es menor el detalle, los testimonios de los torturadores
señalan estar entrenados en Estados Unidos. La ubicación de los relatos de
torturados y torturadores en paralelo entiendo que tienen una razón central: se
tortura en Argentina con las mismas técnicas con las cuales fueron instruidos
los torturadores de Estados Unidos. Hoy no es novedad para nosotros, vamos
conociendo cada día más la historia, y justamente por eso podemos valorar más
este texto de Cortázar. Los testimonios, más los cuadros anexados sobre “Misiones
de ayuda militar” y “Entrenamiento de militares extranjeros”, dan pauta del
imperialismo yanqui como enemigo, imperialismo económico, político, social y
cultural.
Nos queda, como último enfoque antes del cierre, lo
que tanto anunciamos páginas atrás, la cuestión de la subjetividad y el hombre nuevo. Pequeño comentario previo
sobre la historización de uno de los recortes de los diarios. Si bien, asume el
propio Cortázar en el prólogo, la intención era que estos recortes influyeran
en las actividades del grupo, no siempre el objetivo se cumple y algunos
recortes quedarán como motivo de denuncia, lo cual, por otra parte, no es
menor. Entiendo que uno de los recortes sí logra realizarse en un personaje, me
refiero al caso de Oscar y la noticia sobre el motín en un Instituto de menores
en La Plata. Allí los hechos reales hacen cuerpo en el personaje y los
resultados son muy atractivos. Bien, cerremos paréntesis y retomemos el motivo
de este párrafo. En uno de los capítulos dedicados a las búsquedas de Andrés,
aparecen reflexiones sobre la relación hombre viejo- hombre nuevo, usando la
música como alegoría y una nueva formulación sobre un tema central a lo largo
de todo este escrito: los puentes. “Es natural que me pregunte como hay que
tender los puentes, buscar los nuevos
contactos, los legítimos (…) porque no se trata de coexistencia, el hombre
viejo no puede sobrevivir tal cual en el nuevo aunque el hombre siga siendo su
propia espiral”. El problema es el puente, “¿cómo tender el puente y en qué
medida va a servir de algo tenderlo? (…) Un puente, aunque se tenga el deseo de
tenderlo y toda obra sea un puente hacia y desde algo, no es verdaderamente un
puente mientras los hombres no lo crucen”.
Lo viejo y lo nuevo en el hombre coexistiendo, Andrés es el personaje
desgarrado por el tiempo histórico, entre sus placeres asociados a un estilo de
vida burgués y la actualidad histórica que le plantea la necesidad de
comprometerse con ella, sobre todo cuando frente suyo está La Joda, ¿participar
o no? El sueño con la imposibilidad de recordar lo que el cubano le dice, sólo
revelado hacia el final de la novela: “despertate”, las escenas de erotismo -no
desligadas de cierto aire machista, a nuestros ojos-, son elementos que en
Andrés operan como ese pasaje, como ese permanente estado de búsqueda. Insisto
con la idea del desgarramiento del sujeto histórico, que asume la lucidez sobre
lo que sucede en su tiempo y, amigo Oliveira, si la lucidez deviene en
inacción, “¿no se vuelve sospechosa?”. Entonces, aquí un primer escalón, el
pasaje del hombre viejo al nuevo, un pasaje lleno de contradicciones, de
supervivencia de aquello que se pretende superar. Andrés lo sabe, no hay algo
así como un nuevo despertar lineal entre lo que muere y lo que nace, el hombre
se constituye en espiralidad. Ahora bien, sucede que no todos en el libro
asumen estas búsquedas, muchos parecieran ya haber pasado del hombre viejo al
nuevo, por su compromiso, por su valentía. Aquí, en esas reflexiones está, a mi
entender, lo más rico de todo el planteo. Es cierto, La Joda se ha lanzado a la
acción, retomando lo que decíamos en la presentación, el grupo se constituye en
herramienta de acción para la búsqueda de un objetivo político. Pero Andrés, y
aquí estoy seguro que también Cortázar, ve en los que deberían ser los hombres
nuevos muchos vicios del pasado. No quisiera dejar de mencionar nuevamente el
texto Policrítica en la hora de los
chacales, donde se lee un Cortázar disparando de lleno sobre estos temas,
sobre el desasosiego del compromiso histórico, sobre los medios de
(in)comunicación que responden a intereses empresariales, y, sobre todo, la
resistencia de los “fantasmas del pasado” a dejar nacer la nueva era de los
hombres, “la marcha hacia la luz”. Leamos un poco al que te dije, testigo
privilegiado de La Joda. “Ahí los tenés a los muchachos, si llegan a salirse
con la suya, entonces pasará lo de siempre, endurecimiento ideológico, rigor
mortis de la vida cotidiana, mojigatería, burocracia del sexo, todo tan sabido
(…) quieren una revolución para alcanza algo que después no serán capaces de
consolidar. En la ideología todo perfecto, habrá Joda cueste lo que cueste
porque esta humanidad ha dicho basta y ha echado a andar, lo malo es que
mientras estemos andando llevaremos el muerto a cuestas, el viejísimo muerto
putrefacto de tiempo y tabúes y autodefiniciones incompletas”. Muchas páginas
más adelante, los ecos de Andrés: “quieren hacer la revolución para salvar al
proletariado, al campesinado y al colonizado y al alienado de eso que llaman
con tanta razón imperialismo, pero después, porque ya hay países donde están en
el después (…) negaran la libertad más profunda, esa que yo llamo burguesamente
individual”. No citemos más, se hace muy
extenso y, además, creo que ya está claro el punto. El debate urgente de
Cortázar, de Libro de Manuel, es con
la nueva etapa histórica que enfrenta Latinoamérica. El ciclo de los
movimientos populares de la región es una esperanza para el hombre, una nueva
forma de ser y estar en el mundo, de tender puentes sin las máscaras podridas
de occidente, al decir de Horacio, una salvación de hombre a hombre, en el
mismo plano, como la tierra y el cielo. Cortázar se lanza personalmente en
apoyo de estos procesos, pero observa algo que sucede con el sujeto, con la
formación social de las subjetividades revolucionarias, y ese es su campo de
combate desde la literatura. Nunca va a dejar de dar apoyo a los gobiernos
socialistas ni a los intentos de revolución en la región, pero disputa
fuertemente el destino del hombre en ese marco, si el socialismo viene a
proponer un mundo más justo, más igualitario, más libre, también debe permitir
un desarrollo más libre del hombre como sujeto que, en lo colectivo, pueda
potenciar su individualidad. No hay un mejor camino para el hombre si en lo que
se plantea como su esperanza, como su imagen a futuro, perduran las marcas del hombre
burocratizado, mecanizado, lleno de tabúes. Es claramente un planteo que la
nueva izquierda hace por la época a los regímenes socialistas endurecidos con
Stalin en la URSS y en Europa del Este, pero también al comunismo cubano. Libro de Manuel es un una herramienta
de combate, el arma del Cortázar en su aporte a la idea de hombre nuevo, de
allí lo lúdico, lo erótico, lo absurdo, las diferencias en las personalidades
de los integrantes de La Joda, las masturbaciones de Lonstein, los juegos con
el lenguaje. Todas son provocaciones al hombre, pero esta vez, a diferencia de
lo que podíamos encontrar en las novelas anteriores, el escritor ve una
posibilidad histórica, concreta, por la cual vale la pena luchar. Y desde allí
discutir hasta el cansancio cómo los nuevos puentes, los nuevos contactos entre
los hombres podrían de una vez por todas estar librados de tanto peso de la
tradición, de las costumbres, cómo lo viejo iría dejando de poner sus añejadas
certidumbres sobre lo que pretendía nacer, y debería nacer, porque era el
momento de que nazca, era la coyuntura
que no podía dejarse escapar.
Para finalizar, excedidos de todo límite espacial
en el tratamiento de Libro de Manuel,
resta destacar lo que son, a mí criterio, las dos grandes justificaciones de la
obra: la urgencia histórica en la denuncia a la violación sistemática de los
derechos humanos -¿anticipo del Nunca Más?-
y la disputa por una nueva subjetividad. Verdaderos legados para el pequeño
Manuel.