miércoles, 14 de agosto de 2013

Diálogos con Rayuela

Aclaración previa: el siguiente esbozo forma parte de un trabajo en realización, sin pretensiones, sobre las novelas de Cortázar. De allí las referencias a otros títulos.

¿Qué escribir sobre Rayuela que ya no esté escrito? Incluso sin haber leído críticas, uno intuye los papeles que deben circular con ese nombre. Supongamos que no esté escrito, ¿qué decir de Rayuela que no esté dicho? No muchas cosas, seguramente. Pero a quedarse tranquilos, si no tenemos demasiadas ambiciones de originalidad, entonces lanzarse a escribir desde Rayuela puede ser una actividad fascinante. Una, dos, tres, cuatro, cinco, y así, las lecturas que la novela ofrece. La nuestra será esa que, insistimos, a riesgo de opacar quizá elementos imprescindibles para otros, sean la continuación de un camino trazado. Nos fuimos de Buenos Aires con El examen, anduvimos viajando en Los Premios y, ahora, en 1963, pisamos una Rayuela.  Pero ¡cuidado lector!, Rayuela no es piso firme, sino otro pasaje, otros muchos pasajes, puentes en París o tablones entre ventanas de Buenos Aires. Rayuela es una gran Tura, el otro lado de la costumbre, la búsqueda desesperante, el fuego sordo que quema.

De nuevo el grupo, esta vez bajo la denominación de Club de la Serpiente, en París. Y allí, inolvidables, Horacio y La Maga. Horacio es el personaje que más elementos nos va a traer para el análisis, pero Horacio no es Horacio sin La Maga, siempre en sus cavilaciones está el espejo terrible de esa uruguaya icónica. No hay, como en Los Premios, mayores referencias al otro social, aquí todo se concentra en estos pocos personajes, como una fuerza centrípeta que tensiona cada vez más hasta el punto del sexo oral con una clochard o armar un plan de defensa con hilos y palanganas en un hospital psiquiátrico. La búsqueda, sin dudas, será el signo inequívoco de este libro.

Antes de meternos en el meollo que nos ocupa, vamos a visitar un tema recurrente en las novelas cortazarianas. Es que no resultan difíciles de encontrar de nuevo las críticas al sentido común de las clases medias porteñas, particularmente. Horacio intuye que “acumular cultura” representa tapar el vacío de la existencia, acumulación propia de esa clase media. No hay duda inteligente, dice,  la cultura en su expresión acumulativa siempre pretende certezas, y eso provoca intolerancia. Si lo sabrá Oliveira que “era clase media, porteño, colegio nacional, eso no se arregla así nomás”.  Ahí, “en Buenos Aires, capital del miedo, volvía a sentirse rodeado por ese discreto allanamiento de aristas que se da en llamar buen sentido y, por encima, esa afirmación de suficiencia que engolaba las voces de los jóvenes y los viejos, su aceptación de lo inmediato como lo verdadero (…)” Y las referencias siguen a lo largo del texto, por citar una más : “A la Argentina había que agarrarla por el lado de la vergüenza, buscarle el rubor escondido por un siglo de usurpaciones de todo género, y para eso era lo mejor demostrarle que no se la podía tomar en serio. Desmontar tanta soberanía al divino cohete”. En fin, no pretendo hacer de esto un rastreo de frases que avalen lo que sostengo, solo expongo algunas a fin de volver al texto tal como se presenta. De cualquier forma, si tomamos el primer epígrafe de la novela, entraríamos avisados de lo que nos espera en ese plano y, con él, terminemos este punto: “Nada puede matar más a un hombre que la necesidad de representar un país”.

Ahora sí, intentando no perder el rumbo, vamos a charlar. Querido Horacio, ¿qué buscas? -Derecho de ciudad, Guido, estás cada vez más parecido a Ossip.
-¿Pero vos sólo, individualmente?
- Fijate en el libro, ahí hable de la soledad. La soledad del hombre junto al hombre, la irrisoria comedia de los saludos (…) Los contactos en la acción y la raza y el oficio y la cama y la cancha; contactos de ramas y hojas que se entrecruzan y acarician de árbol a árbol, mientras los troncos alzan desdeñosos sus paralelas inconciliables. Mira, Guido, te vuelvo a repetir lo mismo, habría que vivir de otra manera, quizá vivir absurdamente para acabar con el absurdo, tirarse en sí mismo con una violencia tal que el salto acabara en los brazos del otro. Pero la verdadera otredad, hecha de delicados contactos.
- Es decir, ¿empezás a ver al contacto con el otro como una forma de realización, de plenitud digamos?
- Que apurado pibe, como si fuera así nomás. Por ahora tenemos los albañiles, los estudiantes, el clochard, la vendedora, cada uno en su caja de vidrio. Si leíste bien te acordarás de la morelliana esa, la que decía que hay quizá una salida, pero debería ser entrada. Hay otro mundo, pero en este, hay que crearlo.
- Me viene bien eso, porque en un pasaje del libro Wong muestra fotos sobre torturas, ahí vos decís “nunca seré un indiferente, me obstino en que el hombre ha sido creado para otra cosa”. Esto me sirve de disparador para analizar un plano que había marcado al comienzo de este escrito: la acción (estoy escribiendo sobre las novelas de Cortázar, por si no sabías). Rayuela tiene, de boca tuya, algunas reflexiones sobre la acción social. Decís algo así como “si la lucidez se vuelve inacción, ¿no es sospechosa?”
- Tuve mis dudas por aquellos años. Reflexione, es cierto, un poco sobre la acción social. ¿Cuál era la verdadera moral de la acción?, me preguntaba. Una acción social como la de los sindicalistas se justificaba de sobra en el terreno histórico. Felices los que dormían y vivían en la historia. Una abnegación se justificaba casi siempre como una actitud de raíz religiosa. Felices los que amaban al prójimo como a sí mismos. En todos los casos, rechazaba esa salida del yo, esa invasión magnánima al redil ajeno. Bumerang ontológico destinado a enriquecer en última instancia al que lo soltaba, a darle más humanidad, más santidad. No tenía que objetar de esa acción en sí, pero la apartaba desconfiado de mi conducta personal. Sospechaba la traición apenas cediera a los carteles en las calles o las actividades de carácter social; una traición vestida de trabajo satisfactorio, de conciencia satisfecha, de deber cumplido. Conocía a esa gente en la que la acción social se parecía demasiado a una coartada. La traición era como siempre renunciar al centro. Mira, para mi valía más pecar por omisión que por comisión. Ser actor significaba renunciar a la platea, y yo parecía nacido para ser espectador en fila uno.
- Entiendo, no podes renunciar a esa búsqueda de absoluto. Igual, por más individual que sea, te empecinas con la figura de los pasajes. Te gustaba ver a la Maga en el puente, casi matás a Talita en el tablón, que digo, la misma rayuela es un pasaje, por no seguir y decirte mucho sobre el agujero en el techo de la carpa del circo que daba al cielo, porque ahí tenés de nuevo el escape hacia un contacto, puente del suelo al espacio liberado. ¿Te das cuenta, Horacio? Tantos pasajes, me arriesgo a decirte que el kibuttz del deseo mismo, no te niego que sean búsquedas personales, pero querés llegar al hombre, viejo. Querés llegar, de otra manera cierto, pero lo mismo querés llegar al otro, un contacto que te parezca más verdadero que los contactos que nos hace tener la máscara podrida de occidente, como por ahí decis.
-No te la creas che, hablar con el diario del lunes es fácil, ya hace cincuenta años que leen el libro, anda y vivila vos.
-Cierto, feliz cumpleaños.
- No vas mal pibe igual, lo que me dijiste recién, es obvio. Cuando me hundí  en la mierda como Heráclito, te acordás, con la clochard. Había que meterse en la mierda para curarse, lo único decente era ir hacia atrás para tomar el buen impulso. Había que dar vueltas el caleidoscopio, eso no podía ser el mundo, y en la Rayuela viste que salís desde la tierra. Pero no para subir al cielo, sino caminar con pasos de hombre por una tierra de hombres hacia el kibuttz allá lejos pero en el mismo plano, como el Cielo estaba en el mismo plano que la Tierra en la acera roñosa de los juegos.
- Por eso me gusta tanto el libro renegao. Esa idea de salvación en el mismo plano, de hombre a hombre, entrándole por el culo al mundo, pateando una piedrita, jugando. No dijiste hombre nuevo porque todavía no te daba vueltas la idea. Pero de esta crítica a la subjetividad occidental a lo que va a venir después, con tu alter ego Andrés, hay un paso. Él si logro problematizar la idea de  hombre nuevo, pero sin vos no hubiese podido. Te digo más, sin Medrano no hubiese podido. Y qué querés, si en esos años el mundo empezó a verse dado vuelta, si Cuba le entró por el culo al imperio de occidente. Bueno, me estoy yendo, esto me lo tenía que guardar para después, pero quería decírtelo. Igual, Horacio, me sigue revolviendo el estómago  todo lo que hiciste cuando murió Rocamadour.
- Pero que diálogo te dimos después de eso, eh. La existencia misma, aunque mejor digamos hexistencia. Además ya lo explique, no había que calzar en el molde de las acciones que se hacen como lo haría todo el mundo en circunstancias similares. No voy a opinar de todo el resto de las apreciaciones, ya no me corresponde. Solamente una cosa, ¿quién trepa hasta el agujero sino es para querer bajar cambiado y encontrarse otra vez, pero de otra manera, con su raza? ¿Qué se busca? ¿Qué se busca? Repetirlo quince mil veces, como martillazos en la pared. ¿Qué se busca? ¿Qué es esa conciliación sin la cual la vida no pasa de una oscura tomada de pelo?
- Bueno, te dejo Horacio, gracias por la charla, y paga el café vos por favor.

                Lo dejamos a Horacio, cuantas cosas que el libro nos da, que los personajes nos dicen, cómo abarcarlo sino sabiendo que no se puede abarcar todo, si para analizar Rayuela habría que escribir otra Rayuela. Mejor no pretender ser un crítico serio, de esos que preguntan con solemnidad. Mejor decirle al lector que Rayuela no es eso que uno dijo, que es tan poco lo que se puede agregar. Por eso quiero poner la novela en el mismo plano que el resto. ¡Atención! a nadie se le ocurre consignarle el mismo valor. Pero en este tablón por el que estamos andando con Talita y que pretendemos transitar abriendo las novelas para ver en que se conectan, en ese tablón Rayuela es igual que el resto. Es igual pero es el quiebre, sino pasamos nos caemos, pero si logramos pasar, entonces el camino que nos lleva a Libro de Manuel puede vislumbrarse. Habrá que intentar rastrear elementos en 62 Modelo para armar, sin forzarlo, respetando su tono, y si hay cosas serán tomadas en su medida.

                Rayuela es una gran búsqueda, es una crítica al sujeto occidental, racional, de pensamiento binario, es una apertura a otras posibilidades, es una indagación del amor, es la exaltación de la ruptura de la moral burguesa, es la necesidad del pleno desarrollo del individuo. Es un intento de resolver un gran interrogante: ¿qué es el yo? Acaso podríamos ser indulgentes y suponer que la pregunta por el nosotros en el libro está centrada, primero, en entender el yo. Pero ese yo no existe sin el otro, y allí radica la desmesura del libro, sin concesiones va en la indagación de ese contacto, haciéndonos descender con la clochard o entrar a un sótano de psiquiátrico. Es cierto, aquí no se sigue una línea que Los Premios había profundizado respecto a El examen, que se relacionaba con el encuentro (desencuentro si se quiere ser precisos) entre sectores de la sociedad, entre clases tal vez. En esas novelas, hay una observación extrañada del otro social, casi como una observación participante. Y no hay contacto certero, no hay ruptura de los moldes, como decíamos, priman los habitus propios de cada grupo. En El Examen con un inequívoco prejuicio sobre los sectores populares, en Los Premios con un poco de eso, pero también con más matices y aperturas, contadas. Rayuela corta esa línea, pero ahonda en otra que también estaba en las novelas previas, como decíamos, la búsqueda del yo. Va hasta las últimas consecuencias. Lo interesante, lo que este lector encuentra apasionante es que en esa búsqueda aparece el otro como una llave, una realización, no hay yo en Rayuela si no hay un puente, un tablón, un agujero en el techo del circo que nos conecte, que haga un nosotros. Creo que el libro no llega hasta allí, que se detiene antes de decirlo, antes de la moraleja, antes de ser una guía práctica para almas errantes. Al contrario, cuenta todo eso con el personaje más odioso posible, un tipo como Oliveira, el antihéroe. Leer Rayuela no es más que pisar la Tierra, porque el resto empieza cuando el libro termina, entrarle al mundo por el culo o buscar al otro moviendo el caleidoscopio. También, sí, pateando una piedrita, jugando, desesperadamente jugando. 

Aclaración final: las palabras de Horacio, de más estará decirlo, forman parte del libro. Sólo han sufrido pequeñas modificaciones para que pueda charlar conmigo.

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